Monday, July 03, 2006

TUTANKAMON

El artículo anterior, “in vino veritas”, me hizo repasar datos sobre el vino en el mundo clásico y removió dentro de mi el gusto por la historia que siempre me ha acompañado. Hace unos días cayó en mis manos un articulo sobre el trabajo de un equipo de investigadoras de la Universidad de Barcelona, dirigidas por Rosa Lamuela Raventós, cuyos primeras conclusiones conocemos desde el 2004 y que actualmente ha sido publicada en la revista británica New Scientist. Versaba sobre el contenido de seis ánforas de vino halladas en la tumba de Tutankamon. (Faraón de la XVIII dinastía, 1346-1337 a de C., de reinado corto, sin muchos méritos, que devolvió el poder a los sacerdotes politeístas, pero cuyo nombre ha alcanzado gran divulgación desde el año 1922 cuando los británicos Howard Carter y Lord Carnavon descubrieron su tumba, estaba poco profanada y esto proporcionó un gran campo para el estudio). En el 2004 se dio a conocer que una de las ánforas tenía restos de ácido siríngico, derivado de una antocianidina, la malvidina, que se encuentra en la piel de las uvas tintas, y es responsable de su color, vino rojo que diría Julio iglesias, vino tinto que decimos los demás. Pero hay otro resultado, las seis ánforas contenían ácido tartárico característico de las uvas de cualquier tipo, luego la deducción lógica cae por su propio peso, cinco de las seis contenían vino blanco, al Faraón, a sus dieciocho añitos a los que murió, le gustaba el blanco para refrescar las arenas del desierto. El vino formaba parte del bagaje del Faraón para que su eterna existencia en el más allá se hiciera más llevadera. Pues bien este trabajo fue la chispa que faltaba para animarme para hacer un recorrido por la historia del vino en la humanidad, espero que compartan mi curiosidad y disfruten de las columnas que hoy han comenzado y cuyo argumento será vino e historia. Debemos iniciar este paseo reconociendo, a pesar de ser el vino nuestra bebida señera, que en el comienzo de la vida sedentaria del hombre, la cerveza pugnaba e incluso vencía al vino en los ámbitos espiritual y social. El punto de partida que se puede constatar, de forma más fehaciente, para el uso de bebidas fermentadas nos sitúa en Oriente aproximadamente unos 5.500 años a de C., y fueron necesarias dos revoluciones, una primera, el inicio de agricultura y el sedentarismo en el neolítico que modificó los usos y costumbres generales de la vida del ser humano, y posteriormente la segunda revolución alimentaria, que trajo consigo el uso de vasijas de terracota lo que permitió la fabricación y conservación de bebidas fermentadas. Estas bebidas no eran para consumo diario, sino que se reservaban para la celebración de fiestas y por supuesto de rituales, yendo ambos acontecimientos unidos en muchas ocasiones. Seguiremos, salvo protesta popular en contra, sobrevolando por el efímero paso del hombre y el vino por este planeta.

Febrero 2006 - Luis Menchén

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